NEWSLETTER Nº 4

Sinopsis de la Situación Marroquí

Ing. Alberto A. J. Prieto

Situación política, económica y social
En Marruecos, y a pesar de la operación mediática que desde su llegada al trono ha tratado de presentar al joven monarca Mohammed VI como el "rey de los pobres" y como un convencido de la necesidad de realizar profundas reformas del modelo económico y político del reino, el hecho es que la situación no muestra signos claros de mejora. Antes al contrario, junto a tímidas muestras de apertura (más simbólicas que efectivas), el entorno político continúa deteriorándose, con un gobierno y unos partidos políticos que no consiguen desempeñar el papel protagonista, mientras que los hombres de palacio y los militares, aumentan su poder de manera más o menos encubierta.
En el terreno socioeconómico, las perspectivas para sectores crecientes de la población se oscurecen a marchas forzadas. No mejora la situación del mercado laboral, mientras que ya un 20% de los treinta millones de marroquíes viven por debajo de la línea de pobreza. La aglomeración urbana, el bloqueo del proyecto de reformas para mejorar la situación de la mujer, el éxodo rural, la pervivencia de altísimos niveles de analfabetismo, la corrupción del sistema y los altos niveles de ineficiencia en la gestión de los asuntos públicos contribuyen, en un maremagnum en el que se entremezcla la dura realidad con la sabia manipulación por parte de quienes tratan de liderar la crítica contra el régimen actual, a generar un clima de inestabilidad estructural en el que no puede descartarse la violencia.
A estas alturas puede afirmarse ya que el supuesto blindaje marroquí ante la "marea islamista", aprovechando el carácter de líder religioso del monarca, se ha visto superado por una realidad en la que ocupan un espacio cada vez mayor grupos islamistas reformistas como el partido Justicia y Desarrollo (única oposición parlamentaria con respaldo social) o el movimiento Justicia y Espiritualidad que, pese a verse obligado a moverse en una situación de ilegalidad, constituye la principal referencia popular de este signo. Mientras que los grupos citados tienen un claro perfil político, resistiéndose a validar las opciones violentas, no puede esperarse que en el caldo de cultivo propiciado por esas condiciones de frustración y desesperación creciente, no haya quienes apuesten decididamente por emprender la vía de las armas. En este camino se encuentran grupúsculos, que únicamente cuentan con unos centenares de militantes de primera línea, como los del grupo de La Vía Justa ("salafistas combatientes"), supuestos autores de los recientes atentados, o Hegería y Excomunión (englobados en el amplio colectivo de los "afganos árabes").
Aunque estos dos últimos no sean los más representativos, su potencial desestabilizador es enorme, en un contexto como el marroquí en el que prácticamente el 80% de los ciudadanos declaran que no se sienten representados por los partidos políticos legales y en el que, como se ha mencionado, la situación sociopolítica y económica no hace más que aumentar la exclusión y la pobreza. Los atentados terroristas ocurridos en Casablanca (16/05/03) deberían ser una señal suficiente para provocar un cambio de orientación efectivo, para posibilitar la urgente reforma de un modelo que ha mostrado -sobradamente- sus limitaciones. Los marroquíes se merecen más que lo que ofrecen esos grupos violentos... y mucho más de lo que -hasta ahora- les han ofrecido sus gobernantes.

PARTIENDO DEL PRESENTE UNA PERCEPCIÓN A FUTURO

Tal como en cierta medida ya citara el profesor y Director Abdalá Saaf , la miseria y la falta de libertad en Marruecos alientan la expansión y proliferación del terrorismo integrista, percepción a la que habría que sumarle la falta de libertades y oportunidades para una mayoritaria franja de su población, factores que serían hábilmente capitalizados por los reclutadores del extremismo islámico radicalizado. Situación a la que no habría dejar de sumarle la histórica producción y exportación ilícita de drogas, que permite subsistir a amplios sectores del más paupérrimo campesinado y lucrar a sectores de la dirigencia política empresarial, sobre la que se sustenta la monarquía.
Marruecos no es la excepción del mundo musulmán, cuya religión condiciona todos los aspectos de la vida política, social, económica, educativa y de seguridad. Estos regímenes suelen ser en el mejor de los casos de apariencia pluripartidistas, incluso presuntamente democráticos, pero en los hechos ninguno de ellos se acerca ni someramente a las definiciones que rigen en Occidente al respecto, precisamente por un problema estructural proveniente de la combinación entre la tradición y la religión.
La propia Sharia establece que el poder político debiera ser ejercido por el mismo que detenta el poder religioso, la célula familiar embrión del tejido social musulmán es dirigido en forma autocrática por el padre y en su ausencia por el hijo varón primogénito. Estas costumbres y tradiciones, se constituyen en una infranqueable barrera a las pretensiones occidentales de imponer regímenes y estilos de vida democráticos en pueblos que no sólo no los conocen sino que no los comparten culturalmente.
Con decretos o leyes sancionados bajo presión occidental no se logran modificar tradiciones milenarias, sólo bajo profundas y sistemáticas reestructuraciones en el nivel educativo y en la formación religiosa, a lo largo de generaciones podrían alcanzarse ciertos valores que Occidente pretende que sean universales, tal el caso de los Derechos Humanos, la democracia, el pluripartidismo y las libertades cívicas.
Hoy por hoy ningún Estado musulmán realmente practica ni permite la práctica de estos "derechos" a sus ciudadanos, porque ello iría contra su esencia y creencias. No siendo entonces Marruecos una excepción. Pero ello no implicaría necesariamente la proliferación del terrorismo integrista, de no ser que a esta cultura enclavada en varios siglos atrás, se la alimenta con injusticia social, con la sumisión en la pobreza de amplias franjas sociales y una fuerte concentración de la riqueza, por parte de la que podríamos llamar nomenclatura musulmana y sus asociados extranjeros, que expolian dichos países de sus riquezas, generando un caldo de cultivo proclive para la actividad de los reclutadores profesionales.
Tampoco puede ignorarse, que a muchos de los llamados hoy terroristas, fueron oportunamente bautizados como los "adalides de la libertad", cuando Occidente los reclutó y utilizó para echar al Ejército Rojo de la Afganistán invadida, en el ocaso de la ex Unión Soviética y que a posteriori -una vez expulsados los comunistas- fueron abandonados a su suerte, quedando marcados internacionalmente como los << afganos-árabes >> elementos indeseables aun en sus propias patrias de origen, al considerárselos peligrosos para las monarquías y/o gobiernos reinantes.
Líderes islámicos como el Dr. Hassan Tourabi (sudanés) y Oussama Ben Laden (de origen saudita) se encontraron entre los pocos dirigentes que los reagruparon, asistieron y les ofrecieron un proyecto de vida, por así llamarlo, al enarbolar entonces la causa del Califato Musulmán a través del Frente Islámico Internacional. Así pues hoy entre sus huestes encontramos a egipcios, tunecinos, marroquíes, sudaneses, yemeníes, qataríes, afganos, palestinos, argelinos, etc. etc.. que constituyen la nueva familia musulmana radicalizada, cuyo principal blanco erróneamente se tipifica a los EEUU (que los usó y traicionó) y a Israel, sino a la propia clase dirigente musulmana, las monarquías reinantes y gobiernos laicos presuntamente pro occidentales, a quienes considerarían los principales traidores de la Nación Árabe.
A ojos vista de Occidente, la crisis argelina viene concentrando la atención de lo que es una guerra civil religiosa, una verdadera masacre fratricida, pero pocos supieron prever que dicha situación explosiva tarde o temprano iba a expandirse cual derrame de aceite por la región, sembrando la desestabilización y la violencia, pues por más que Marruecos no cuente con las cuencas petrolíferas y gasíferas de su vecino, por las fronteras porosas y prolongadas, era cuestión de tiempo que permitirían la exportación del reclamo religioso-social, alimentado por usinas y financiado por capitales, que probablemente poco tengan que ver con la realidad regional. Los intereses en juego -como en casi todos los casos- no son visibles a simple vista, son misteriosos y difíciles de probar su participación, salvo raras excepciones y Marruecos no sería precisamente una de ellas.
Desde fines del pasado Siglo, el Frente Occidental del entonces GIA argelino, que se nutría de abastecimientos desde Marruecos y estaba liderado por Hassan Hattab, presuntamente mantenía contacto con islamistas marroquíes, más allá de las malas relaciones entre los gobiernos de ambos estados; versiones no confirmables aseveran que esta relación que con el tiempo devino en un alineamiento hacia las huestes de Ben Laden, amalgamaría un entente regional supranacional, tendiente a la desestabilización de los gobiernos formales de ambos países, en pro de lograr la imposición de estados teológicos por la vía de las armas, a la búsqueda de la conformación del Gran Califato Musulmán.
Por el momento dicho proyecto estaría lejos de ser logrado, pero de no adoptar ambos Estados medidas de fondo, que transformen la situación económico-social y por sobre todo la religiosa-cultural, erradicando paralelamente la proliferación del cultivo y tráfico ilícito de drogas, que los nutre en gran medida de los fondos para mantener la lucha, más allá de las divisas que reciben del exterior, la situación se irá tornando cada vez más insostenible y la insurgencia avanzará, en detrimento de los propios pueblos de la región, principales víctimas de estos integristas radicalizados.
La principal preocupación de los "integristas" radicalizados es desestabilizar a los gobiernos laicos musulmanes, a los moderados y a los que mantienen relaciones regulares con Occidente, pues ellos constituyen el principal obstáculo (la alternativa) al proyecto de confrontación religiosa que propugnan, cuya letra le supo dar nada menos que el propio Samuel Huntington.
En contraposición, muchos analistas entre los cuales el suscripto se inscribe, percibimos que el combate a los grupos radicalizados debiera provenir más que de Occidente, desde los propios sectores moderados y racionales del mundo islámico, que son mayoría. Pues de este modo se les privaría a los líderes extremistas, del argumento de la guerra de culturas y religiones. Además de toda connotación étnica o de dominio.
Lo que los países centrales sí pueden y deberían ayudar, es a revertir la situación de pobreza humillante y atropello a las libertades ciudadanas por parte de ciertos gobiernos musulmanes pro occidentales, como así también coadyuvar a erradicar el analfabetismo y generar fuentes laborales dignas, de modo tal de quitarle clientelismo a los reclutadores de la violencia.
Aun en la situación marroquí, la crisis israelo-palestina tiene una gran importancia, en la medida que las potencias mundiales permitan que dicha confrontación se perpetúe en el tiempo sin encontrarle una salida digna para todos los intereses en juego en dicha crisis, continuará siendo utilizada por los agitadores como muestra de la injusticia y atropello al pueblo musulmán palestino por parte de Israel apoyada por Occidente. Constituyendo esta confrontación un argumento de vigencia permanente en boca de los sectores radicalizados en su cruzada por reclutar descontentos y nuevos elementos para sumar al combate insurgente.
El otro tema no menos preocupante para Marruecos, si bien más para su clase gobernante que para su pueblo, son las reivindicaciones del Frente Polisario sobre la región subsahariana, ya que estos últimos demandan su independencia respaldados por Argelia, en tanto las autoridades marroquíes con el apoyo de la monarquía wahabita Saudí, vienen logrando el aislamiento de dicho pueblo dentro del resto del mundo musulmán.
Sintetizando, la situación marroquí se la percibe como altamente compleja y con tendencia a incrementar su violencia, ante la falta de visión de su clase dirigente y la concurrencia de influencias exógenas interesadas en desestabilizar dicha región. Si bien las múltiples organizaciones integristas locales difícilmente logren organizarse y unirse en el corto y aun mediano plazo, no es descartable que superestructuras externas como Al-Qaeda logren lo que los propios sectores radicalizados marroquíes difícilmente alcanzarían por sí. Para colmo la situación económica-social de la población no se percibe que pueda ser revertida en el corto plazo y seguirá siendo caldo de cultivo propicio para los sectores extremistas, al igual que todo intento de erradicación (por presiones internacionales) de los cultivos ilícitos de droga, de los que viven una gran parte del campesinado.
Esta encrucijada en la que está sumido el Gobierno marroquí, no podrá ser superada sin una importante asistencia exterior y la resolución de conflictos vinculados al discurso integrista, que no dependen precisamente de las decisiones del Monarca ni de su gobierno, al tratarse de conflictos como el de Medio Oriente, que llevan ya más de medio siglo de existencia vulnerando incluso Resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU en forma impune.
La erradicación del "integrismo radicalizado" particularmente en lo que hace al Norte de África, sólo se alcanzará con la adopción de un cúmulo de medidas simultáneas y planificadas, que abarquen a la región y no sólo a un país, incluyendo la resolución de conflictos y disputas pendientes, reestructuración del sistema educativo y religioso, alfabetización de sus pueblos, ofertas laborales dignas, oportunidades de progreso personal, el libre ejercicio de las libertades individuales y de expresión, la inclusión de la mujer en toda actividad (laboral, educativa, cultural, política y social) en contraposición a lo propulsado por el integrismo que relega a la mujer a su casa y le niega acceso a la educación.
No basta con la represión policial o militar, para la lucha contra el "integrismo". Obviamente será menester recurrir a la mano dura para casos puntuales, para prevenir y neutralizar a los profesionales del terror, pero si se cae en la postura simplista de pretender erradicar el terror con más terror, el resultado está a la vista, con certeza se fracasará, como viene aconteciendo en todos aquellos países que apelaron a dicha presunta solución.-


    Alberto A.J. PRIETO


     




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